domingo, 4 de mayo de 2014

“LOS NÚMEROS” de Adriana Alises García-Madrid para #CertamenCuentos


Esta entrada es fruto de la cesión gustosa del blog para todos aquellos que habéis  querido participar en el "I Certamen de Cuentos de Ciencia" pero no disponéis de blog propio. El relato que a continuación podéis leer es de Adriana Alises García-Madrid. Desde aquí darle las gracias por su aportación. Os dejo con el relato. Espero que os guste.



No podía creérmelo, nuevamente me había olvidado de esa tarea, esta vez el profesor me cascaría un cero que daría la vuelta a mis notas, y todo por no haber querido buscar información sobre el surgimiento de los números que hoy en día escribimos en los cuadernos de matemáticas y que usamos para hacer todo tipo de cuentas, desde una simple suma a una complicada ecuación de quinto grado. Me encontraba en un puente tambaleante que tarde o temprano volcaría y yo caería al vacío, que expresado de otra manera, sería la recuperación de septiembre.

Llegado ya el profesor a clase, mi corazón aceleró su pulso, y ya no quiero decir cuando por su boca expresó mi nombre preguntando por el trabajito que, vaga de mí, no había hecho. Cerré los ojos y preparé mi boca para pronunciar un “no lo he hecho, profesor”, cuando de repente un cosquilleo viajó por mi cuerpo y como por arte de magia, cuando abrí los ojos, ya no me encontraba en mi aula sino en un sitio totalmente distinto.

Un calor abrasador flotaba en el ambiente, y un nerviosismo, que crecía cada segundo que pasaba allí, se había apoderado tanto de mis manos como de mis dientes (que rechinaban escandalosamente). Intenté centrarme mientras que una sola pregunta retumbaba en mi cabeza: dónde y en qué época me encontraba –porque, claramente, ese no era el siglo XXI ni por asomo-.

A lo lejos se dejaban escuchar unas voces hablar en un idioma extranjero que, si no me equivoco, era árabe. Claramente, yo no tenía ni idea de lo que pudiesen estar diciendo, ya que nunca en mi vida había dado nada de árabe.

Perseguí aquellas voces hasta sus emisores, que no se hallaban más allá de cuatro o cinco puertas de la que yo me encontraba. Cuando quise darme cuenta tenía miradas puestas en mí procedentes de todas partes de la habitación en la que me situaba. Aquella habitación se asemejaba a un aula donde se impartían clases, duda que se esfumó al ver que la mayoría de personas que estaban en aquel sitio eran niños de distintas edades, frente a lo que, doy por seguro, que era un maestro; que a su vez estaba detenido delante de algo parecido a una pizarra de las del siglo XX. ¨

No sé cómo ni de qué manera había terminado vestida como un árabe (masculino) de, aproximadamente, el siglo XIII. Debe ser que di el pego, y me ofrecieron un sitio entre otros dos chicos, y apto seguido me dieron un libro bastante enigmático escrito, como no, en árabe. Nada más palpar sus hojas, una niebla inundó mi visión, que tras unos segundos desapareció dejando en mí la capacidad de entender y hablar aquella lengua, que nunca antes había estudiado.

No podía creerlo, era lo que estaba  buscando; lo que tenía entre manos no era exactamente un libro de matemáticas, sino una copia de páginas de unas crónicas de la época en la que anunciaban la llegada de los números arábigos a la Europa de entonces; y de curiosidades anteriores como eran: la procedencia de dichos números, quién los había inventado (nombre extraño que no consigo recordar), y de la invención del cero –‘sifr’ صفر en árabe- .

No sé el tiempo que transcurriese tras aquel fenómeno, pero fue el suficiente para haberme leído lo esencial de aquellas páginas.

Cerré el libro y cuando fui a preguntarme cómo narices iba yo a salir de allí, un ruido ensordecedor surgió, y cerré los ojos como si de esa manera consiguiese no escucharlo, y cuando los abrí no fue a causa del cese del ruido sino de la pregunta, en castellano, que me acababa  de hacer mi profesor de matemáticas. Yo seguía teniendo la boca preparada para decir “no lo he hecho, profesor” cuando me di cuenta de que, ante mí, se encontraba mi cuaderno abierto por una página, escrita, con el título de: “Los cimientos de las ciencias (matemáticas): Los números”:

  • La base de lo que nosotros conocemos como matemáticas no es otra que los números – como lo son las letras de la lengua-; y esta base se construyó a partir de una eminencia  hindú, del cual no sabemos su nombre pero sí la época en la que este célebre y único hombre vivió (siglo IX d.C.), y digo único ya que fue él, quien inventó los números que actualmente usamos, a los que hemos dado nombre de números arábigos, no porque fuese esa su procedencia, sino porque fueron los árabes quienes introdujeron en la cultura europea dichos números en la edad media – ya que los europeos hasta entonces habían usado los números romanos, más difíciles de utilizar y de calcular con ellos-. Fue, también, este anónimo e intelectualmente atractivo personaje para mis jóvenes ojos,  quien descubrió o dio lugar a este pleno de contenido pero vacío de sustancia número 0 (cero), puesto que, según explica mi trabajo, es el cero el número destinado al vacío (los hindúes denominaron a este símbolo “sunya”).

         Concluyo mi trabajo diciendo que Tanta es nuestra confianza en estos números, internacionalmente aceptados, que ni siquiera somos conscientes del grado hasta el cual dependemos de ellos y menos aún de quién fue aquel que los inventó.

Tras terminar de exponer mi trabajo, el profesor, con una expresión atónita dibujada en la cara, me felicitó por la magnífica investigación que había hecho mientras que los aplausos generales de mis compañeros inundaban el aula. ¡Esa evaluación tendría un sobresaliente en matemáticas!

FIN
Adriana Alises García-Madrid.

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